Un analista suficientemente bueno

Reflexión sobre la labor de un analista para con sus pacientes, en una terapia con orientación psicoanalítica.

13 JUN 2016 · Lectura: min.
Un analista suficientemente bueno

Cuando se quiere aplicar un método terapéutico como el psicoanálisis para la resolución de los conflictos psíquicos de los pacientes, nos encontramos de lleno e inmediato con la dificultad de determinar si existe una sola modalidad de entender y de llevar a cabo el psicoanálisis.

Si se recorre teóricamente a cada uno de los distintos autores psicoanalíticos y sus aportes técnicos a la clínica, se obtiene como conclusión que existen tantos métodos y aplicaciones como psicoanalistas existen. Incluso hay algunos autores de esta línea teórica que incluyen a los pacientes en esta aplicación del método, como es el ejemplo del pediatra y psicoanalista D.W. Winnicott, que plantea que existen tantas maneras de llevar psicoanálisis como relaciones analíticas analista-analizado existan. Específicamente propone no ser analista de alguien, sino siendo el analista a partir del paciente.

Precisamente por esta forma maleable de ver el psicoanálisis es que Winnicott teorizó y ejemplificó sobre los procesos terapéuticos con sus pacientes y propuso flexibilizar según las carencias emocionales de los mismos y el tipo de proceso terapéutico a llevar a cabo, tomando en cuenta especialmente el hecho que no necesariamente debería comenzar con un análisis como tal, sino comenzar con un proceso que conduzca hacia ese lugar.

Para Winnicott, hay algunos pacientes que necesitan de un tratamiento distinto al de la resolución de conflictos en un principio: necesitan un tratamiento de acompañamiento, por el hecho de haber vivido una falta que complicó su desarrollo psíquico. Una falta que se produjo a una edad muy temprana y que se relaciona con un fracaso en la adaptación de la madre a las necesidades del niño cuando éste se encontraba en un estado de dependencia absoluta.

Por lo mismo él propone que, en el tratamiento que se instale, se provisione de lo que faltó en el ambiente. En la clínica es proveer un ambiente suficientemente bueno que permita al paciente desenvolverse sanamente. Lo que se esperaba es que en la infancia existiera una "madre suficientemente buena" que permitiera el desarrollo del sujeto hacia un vivir creador, un sentirse real. Si esto no sucedió en su momento, pues lo que se espera entonces es que aparezca un "analista suficientemente bueno" que logre realizar una conexión con los procesos emocionales del sujeto que se vieron afectados por una falta en su historia.

El análisis necesariamente será un juego de a dos, plantea Winnicott. Es un juego de exploración entre al analista y el paciente, quienes se internarán juntos a la búsqueda de esa falta y los conflictos. Para que este juego suceda debe crearse un espacio virtual psíquico, donde se encuentran la capacidad de jugar tanto de uno como del otro, que a su vez sustenta su aparición en la existencia de este mismo espacio en la historia del paciente con su madre o quien se haya encargado de entregarle sus primeros cuidados. Este espacio, que se caracterizará por ser transicional, da la posibilidad de ser un pasaje entre la indiferenciación madre-hijo hacia la conformación de un sujeto.

En cuanto este lugar soporta la tensión entre lo subjetivo y lo objetivo, permite así el desarrollo emocional y conformación de un sujeto con deseos. Es lo mismo entonces que lo que debe ocurrir entre paciente y psicoanalista: las intervenciones del analista deberán permitir que el paciente llegue a través de su propio proceso de elaboración creativo hacia la conformación de un sujeto con deseos propios. El análisis funciona como el osito de peluche en la infancia, ayuda a pasar de una etapa en otra para luego ser abandonado, habiendo introyectado sus funciones y lo que representa.

Jugar es hacer, plantea Winnicott. Y si jugar es el pilar fundamental de un análisis, en un análisis no se esperará solo desear o pensar, también se esperará hacer. De este modo, el análisis es un acto en donde dos hacen, dos juegan. Es muy importante no confundir que el análisis no se trata de dos juegos diferentes, si no de que el analista juega al juego del paciente. Es el analista quien debe amoldarse a la necesidades que cada paciente presente; debe ubicarse, no en cuanto a seguir patrones de conducta, sino a mantenerse en la posición que el paciente le indique, hasta que él mismo lo deseche. Solo con esta posición del analista se permitirá que el paciente se muestre creador, en busca de su propia cura. Solo así se será un analista suficientemente bueno.

En los roles de este juego, si el analista no sabe jugar, no está capacitado para la tarea de analizar, pero si el que no sabe jugar es el paciente hay que hacer algo para que pueda lograrlo, después de lo cual comienza la psicoterapia. El motivo de que el juego sea tan esencial consiste en que el paciente se muestra creador en él, y no solo creativo a modo cultural o artístico, sino creador de su deseo y forma de vivir. Al poder ocuparse al interior del análisis, en forma creativa de lo que sucede al exterior del mismo, el sujeto adquirirá la capacidad de un vivir creativo en su cotidianidad, tendrá la capacidad de sentirse real, que la vida puede ser usada y enriquecida. Así, dejando atrás el sometimiento e insignificancia como sentimiento preponderante por el cual se vio necesitado a consultar. Su malestar.

Cuando el paciente tenga nuevamente la capacidad de jugar solo en este juego de vivir, encontrará en el jugar una forma básica de vida.

Este es un juego que mantiene la utilización de las herramientas del encuadre psicoanalítico clásico. Estas herramientas permitirán que el paciente, en una relación vincular empática con su analista, se regresione hacia un estado primitivo de dependencia absoluta, tal como lo tuvo con su primer cuidador, pero ahora será el analista quien deba ocupar ese rol en este juego. Por eso muchas veces en este tipo de tratamiento se debe dejar de lado el accionar ortodoxo del psicoanálisis para adaptarse a las necesidades emocionales del paciente, que no necesariamente están simbolizadas y que, por lo tanto, difícilmente podrían ser tratadas solo a través de la palabra.

En el desarrollo de esta relación analítica, así como la madre no pudo ser perfecta en la historia del paciente, motivo por el cual posiblemente se encuentra en la consulta, el analista tampoco lo será ahora -- fracasa en su tarea de adaptarse y ese hecho nos dará la mejor de las herramientas del análisis. Esta vez el jugador paciente, con lenguaje y simbolización, podrá saber qué siente y expresar ese sentimiento, como no lo pudo hacer en su más tierna infancia. Desde este momento, donde se demuestra la posibilidad de crear sin analista, en adelante solo separación gradual, hasta la independencia total del Objeto.

En la terapia el paciente, a través del juego de palabras y roles, construye un saber de estar vivo. Así podrá vincular saber con existir, la condición esencial del vivir creador. Este análisis se orientará hacia una experiencia de libertad, estar "vivo, verdadero y real".

En esta teoría la salud implica sentirse vivo, sentirse real, experimentar los propios instintos y vivencias del cuerpo. Esta teoría implica jugar.

La invitación, entonces, es a permitir que nuestros pacientes puedan jugar, jugar a buscar su libertad y felicidad. A saber que está en nuestras manos el permitir ese camino, pero no sobre el juego del analista, sino del juego propio del paciente.

Adriana Fontecilla J

Psicóloga Clínica

Psicología Andes

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