A qué decimos “no” cuando rechazamos a las familias homoparentales

¿Qué es lo normal?, ¿y lo natural?, ¿Es lo anormal necesariamente malo? Mientras más información aparece, más claro parece el panorama de la homoparentalidad (y la homofobia).

18 ABR 2016 · Lectura: min.
Wikimedia Commons.

Puede ser en una comida familiar de domingo, en una fiesta en tu casa con amigos, en conversaciones de pasillo cuando vas a buscar a tu hijo al colegio, o algún simple comentario que escuchaste en el transporte público. El asunto de las familias homoparentales –es decir, las que están compuestas por padres del mismo sexo—no deja indiferentes a muchos, y suele ser uno de esos temas tabú que, como la política o el fútbol, una vez lanzados al debate parecen no tener fin ni lograr acuerdo.

Basta recordar las diversas reacciones que produjo en nuestro país el lanzamiento del libro Nicolás tiene 2 papás (Leslie Nicholls, 2015) o el caso de la jueza Atala, quien demandó al Estado chileno ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos luego que la Corte Suprema en 2004 le negara la tuición de sus hijas al ella convivir con una pareja del mismo sexo. Este último caso incluso fue la inspiración de la película Rara, que actualmente se presenta en festivales internacionales.

Pero, ¿cuáles son los principales argumentos de quienes se oponen a este tipo de composición familiar? No importa si se trata de casos de adopción, de un hijo de una relación heterosexual anterior o de un embarazo asistido (vientre de alquiler, por ejemplo). En general se entremezclan sensaciones ("algo me dice que no es correcto, no se ve bien que un niño sufra así"), creencias religiosas ("en ninguna parte de la Biblia se habla de familias donde hay dos padres o dos madres, es antinatura") y experiencias personales ("el padre de Juanito era bien afeminado y mira: Juanito al final terminó siendo gay").

Afortunadamente el sociólogo Michael Rosenfeld, investigador de la Universidad de Stanford, llevó a cabo una investigación al respecto haciendo un fino trabajo de minería de datos a partir del censo del año 2000 de Estados Unidos. El estudio se enfocó en averiguar si efectivamente existía un nexo entre las familias homoparentales y un mal desempeño académico de sus hijos (repitencia):

"Los datos del censo muestran que tener padres que son del mismo género no es en sí mismo ninguna desventaja para los hijos (…) El ingreso económico y la educación de los padres son los más grandes indicadores del éxito de los hijos. La estructura familiar es un determinante menor".

Y, considerando que en los tribunales de familia siempre opera la idea del bien superior del niño, Rosenfeld da otro argumento importantísimo:

"Mi investigación deja claro que existe una gran ventaja si los niños están fuera del cuidado del Estado y están bajo el cuidado de cualquier familia, incluso si la familia no es perfectamente óptima".

De hecho, aquellos niños que estaban a la espera de ser adoptados o a ser reubicados en un hogar provisional se retrasaron en sus estudios cerca del 34% del tiempo (mientras los niños de parejas heterosexuales casadas repitieron en el 7% de los casos, y los de parejas del mismo sexo en casi 9,5%).

La investigación, publicada en la revista Demography, concluye por tanto que los niños que son criados por parejas del mismo sexo tienen prácticamente los mismos logros académicos que los niños criados por parejas heterosexuales casadas.

Y parece que todo lo que explica Rosenfeld fuera una fiel copia de la historia de Claudio P., recogida esta semana por la sección Verne del diario español El País: se trata de un joven de origen brasileño quien, luego de pasar por varias casas de acogida, fue adoptado por una pareja heterosexual quienes lo llevaron a España.

Eso durante los primeros tres años, momento en el cual sus padres adoptivos se separaron y él continuó viviendo con su madre y su nueva pareja, una amiga de la infancia:

"A los ocho años, pues, ya estaban sentadas dos situaciones que determinarían mis años siguientes: mi condición de adoptado y mi crecimiento en el seno de una familia homoparental".

Pero lo más decidor llega después en su relato:

"Ahora, con 18 años, puedo afirmar que en ningún momento me faltó afecto en mi familia. Si atravesé problemas, que los tuve, se derivaron de la falta de normalización por parte de la sociedad de mis situaciones personales".

Esta última idea es tan potente que lleva a muchos a cuestionar qué estamos defendiendo realmente cuando abogamos por las familias estrictamente heteroparentales, cuando decimos que lo normal son las relaciones entre un hombre y una mujer, que un niño no podría tolerar la perversión que implica tener a padres del mismo sexo o que simplemente no se ve bien que un niño pase por una situación así.

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Psicólogos
Escrito por

Daniela Pérez Núñez

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